El título que he elegido para este artículo puede convertirse en la clave de nuestro equilibrio. Comenzaré intentando transmitir mi interpretación.

Cada uno de nosotros construye su identidad a partir de la información que recibe desde niño. Nuestro entorno se encarga de moldearnos y luego con esas bases que hemos decidido adoptar, comenzamos a observar y calificar lo que sucede en el exterior. En base a esto, seguimos alimentando dicha identidad hasta convertirla en unas gafas a través de las cuales observamos todo lo que sucede a nuestro alrededor para posteriormente actuar o reaccionar.

Como cada uno de nosotros ha crecido en entornos diferentes, cada uno de tiene sus propias gafas, de aquí que todos actuemos de forma tan distinta frente a una situación particular o frente a la vida. Es importante comprender que no hay un bueno y un malo, un correcto o un incorrecto, un adecuado o un inadecuado, etc. porque desde las gafas de cada uno, su forma de actuar es “perfecta”.

Tengamos en cuenta que interactuamos unos con otros todo el tiempo, y que muy posiblemente las actitudes, acciones, palabras… de los demás, no estén alineadas con lo que queremos o como muchos dicen: “con lo que me hace feliz”. En resumen, es como si fuéramos cuerpos con diferentes cargas energéticas chocando unos con otros de forma desordenada  y afectándonos positiva y negativamente.

Lamentablemente controlar a las personas con las que nos relacionamos es imposible, además intentar hacerlo sería muy egoísta por nuestra parte porque estaríamos quitándoles su libertad, es muy imperativo tener en cuenta que nuestra libertad termina en donde comienza la del otro. Esto es indispensable, porque si para sentirnos satisfechos necesitamos que los demás tengan determinados comportamientos, nunca alcanzaremos la satisfacción.

En todo caso, aunque no controlamos nada de lo que sucede en el exterior, si que controlamos la forma cómo interpretamos lo que sucede, la forma cómo reaccionamos y lo más importante, el impacto que lo que hacen los demás o lo que sucede tiene sobre nosotros. La cuestión aquí sería: Si solo controlamos nuestra forma de interpretar y responder a los estímulos externos ¿Por qué lo que hagan o digan los demás tiene tanto poder sobre nosotros? La respuesta es muy simple, porque hemos aprendido a darle la facultad a los demás de hacernos o no felices ¿Cómo? Sencillo, permitiendo que las actitudes de los otros controlen nuestro estado de ánimo, permaneciendo en situaciones que nos producen dolor, permitiendo a otros comportamientos negativos hacia nosotros…

Somos nosotros quienes decidimos cuánto nos afecta algo y cuánto tiempo permanecemos en una situación que nos vulnera.

No podemos olvidar que la paz, el equilibrio y la felicidad sólo pueden surgir en nuestro interior.

Escucho a muchas personas quejarse de sus parejas o trabajos pero seguir con ellos sin tomar la decisión de alejarse de lo que ya no les gusta. Cuántas veces no hemos dicho cosas cómo: “Me siento mal por su culpa, no debió decirme esto o aquello; se comportó mal; no fue leal; me mintió…” Es como si sintiéramos la necesidad de responsabilizar a otros por cómo nos sentimos, cuando en realidad nos sentimos como nos sentimos no por lo que sea que haya sucedido, sino por la interpretación, trascendencia y el poder que le damos a una simple acción o a una palabra sobre nosotros.

Si lo analizamos a profundidad, cada vez que algo que sucede afuera nos desestabiliza, lo que estamos haciendo es entregando las llaves de nuestro bienestar a ese algo o a ese alguien. Se imaginan lo que esto significa, es decir, aparte de que hay un comportamiento desde nuestra percepción “inadecuado”, nosotros encima le estamos permitiendo que nos amargue el día, ay noooo, que horror, solo pensarlo me pone los pelos de punta porque en resumidas cuentas estamos haciéndonos dependientes de los demás.

No nos afecta la acción del otro sino nuestros pensamientos e interpretaciones sobre lo que hizo.

Entonces ¿Qué podemos hacer? No es sencillo, no voy a mentir, podemos comenzar a reprogramar nuestra mente, es decir, sustituir el archivo que tenemos instalado desde muy pequeños que dice cosas como: “Quiero/necesito a alguien que me haga feliz, sería feliz si esto sucediera…” por nuevas ideas que nos den fuerza, equilibrio y objetividad. Algunos ejemplos pueden ser: “Lo que sucede es perfecto tal y como es, mi paz interior es invulnerable a cualquier factor exterior, soy la/él única/o responsable de mi felicidad…”.

Al principio cuesta trabajo, pero poco a poco y con entrenamiento iremos soltado esa idea errónea y cada vez que algo nos saque de nuestro estado de calma, reflexionar sobre lo que estamos interpretando y sobre qué nos aporta o no pensar así, irá ayudándonos poco a poco a darnos cuenta que para estar en paz lo único que necesitamos controlar es nuestra cabeza. En el siguiente post compartiré con ustedes unos tips y un ejercicio para comenzar nuestro entrenamiento.

¿Te atreves a intentarlo?

 

Escrito por Catalina Lobo para VALORARTEblog.com

“Cambia tú y cambiará tu mundo”

FOTO: FOTOLIA.COM