Ahora que comenzamos el nuevo año, lo hacemos con un montón de propósitos, entre ellos en mi caso y supongo que en el tuyo también, la dieta y el ejercicio. La pregunta es: si hacemos una dieta y una rutina de ejercicios para mejorar nuestra salud física y nuestro cuerpo ¿Por qué razón no hacemos este año una dieta de pensamientos y algunos ejercicios mentales que mejoren nuestro estado emocional y anímico?

Me gusta mucho hablar utilizando analogías, pienso que es la mejor manera de reflexionar y entender una situación.

Si tuvieras la posibilidad de elegir entre una fruta exótica y algo de dulce ¿Cuál de los dos elegirías? Quizás alguien que sepa lo que produce la ingesta de azúcar refinada en nuestro cuerpo elegiría la fruta, pero está claro que la persona que no conoce las consecuencias de lo anterior escogerá el dulce. No quiero decir que no debamos comer azúcar, por favor no me malinterpreten, esto es un ejemplo y además el problema no está en el azúcar sino en el exceso de su consumo, aunque este no es el punto al que quiero llegar.

Ahora bien, si consumir grasas saturadas, harinas y azucares refinados, etc. deteriora nuestro organismo ¿Qué harán los pensamientos negativos en nuestra mente? ¿Te lo has preguntado alguna vez? ¿Qué pasaría con nuestro estado de ánimo si lográramos gestionar el alimento que le damos a nuestra cabeza?

Cuando nuestro organismo no recibe los nutrientes adecuados comienza a deteriorarse hasta enfermar, es como un coche al que le das el combustible incorrecto. En nuestra mente pasa lo mismo, si constantemente tenemos ideas negativas, expectativas, miedos, hacemos suposiciones, etc. terminamos por caer en procesos de ansiedad e incluso podemos llegar a deprimirnos.

Nuestros pensamientos son como ondas expansivas que guían nuestra vida y construyen nuestra realidad.

Hace un tiempo tuve la posibilidad de iniciar un proceso de depuración alimenticia con una excelente nutricionista www.healingfoods.org.uk, ella me ayudó a equilibrar mi organismo. Actualmente tengo muy claro con qué quiero alimentar mi cuerpo y mi mente, aunque he de confesar que en ese momento estaba algo confundida en cuanto a mi nutrición. El primer paso fue descubrir qué clase de comidas debía evitar porque me producían inflamación, problemas en la piel y hasta migrañas; posteriormente tomé medidas para evitarlas y en algunos casos sustituirlas. Pero lo más interesante de todo fue darme cuenta de que mi mente funcionaba igual que mi cuerpo, y por lo tanto la calidad de la información que recibía del entorno y mis pensamientos eran los nutrientes de mi interior.

Cada idea que permitimos que se aloje en nuestra mente va tomando poder y contamina poco a poco nuestra percepción.

Imagina por un momento que en una reunión de trabajo tienes la sensación de que tu jefe está subvalorando tus comentarios, en vez de hablarlo con él comienzas a pensar que tu trabajo no le gusta, que posiblemente te tiene manía y hasta empiezas a sentir miedo de quedarte en el paro. Si te fijas bien, a partir de una sensación ha nacido una suposición que si no detienes, puede llegar a entorpecer tu trabajo, a deteriorar tu estado de ánimo y a minar tu autoestima.

Somos distintos así que tú y yo tendremos sensibilidades particulares, la clave está en descubrir lo que nos daña. Si por ejemplo la leche de vaca te cae pesada, lo más adecuado sería buscar un sustituto como la leche de almendra, la de soja, o incluso eliminar el consumo de leche de cualquier tipo. Todo dependerá de el daño que te produzca.

En mi caso, por decirlo de alguna manera, físicamente era dependiente del azúcar, para corregir este mal hábito aumente el consumo de frutas y verduras con alto contenido de glucosa y de esta manera pude eliminar el consumo de azucares refinados que tanto daño me estaban causando.

Posiblemente te estés preguntando: ¿Y cómo funciona la dieta mental? La verdad es que funciona igual que la dieta alimenticia. Lo que tendremos que hacer es nutrirnos con pensamientos positivos, y para esto, debemos identificar qué ideas mentales o creencias limitantes son las que más daño nos ocasionan y sustituirlas.

Uno de los venenos mentales que me consumía era el miedo al abandono, este se arraigo en mí después de la muerte de mi madre y con el tiempo se fue agudizando. Cuando me di cuenta que era algo que me hacía daño, que me quitaba la paz y que era mi creación, inicié una reprogramación mental en la que sustituí mis creencias negativas relacionadas con el tema por ideas empoderadoras, me llene de autoestima y comprendí que nadie podría abandonarme mientras yo no me abandonara a mi misma.

Sé que mis palabras pueden sonar como algo sencillo o quizás superficial, he querido compartir con ustedes un ejemplo personal para que se den cuenta que los pensamientos negativos nos consumen a todos y que solo nosotros mismos podemos corregirlos a través de la autobservación, el trabajo y la perseverancia. No es fácil, lo sé, pero también sé por experiencia propia que cuando se quiere se puede.

Lo primero que tendremos que hacer, es identificar cuales son las toxinas que más nos afectan. En el siguiente artículo hablaremos sobre las más comunes puntualmente, algunas de ellas son: El miedo, las suposiciones, las creencias limitantes, las expectativas, los complejos, la queja, la necesidad de compararse con los demás…

El segundo paso será identificar cuál de las toxinas anteriores es la que más se repite en nuestro comportamiento y por lo tanto la que más sufrimiento nos ocasiona. Y para finalizar, aprenderemos en el último post a sustituir esas ideas o pensamientos que nos destruyen, por otros que nos ayuden a crecer, a aumentar nuestra autoestima y a vivir en equilibrio.

 Escrito por Catalina Lobo para VALORARTEblog.com

“Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos” Buda