He decidido dedicar mi artículo a lo que está sucediendo actualmente en Colombia; hermoso lugar que se ha visto enfrascado en un conflicto violento por más de 50 años, un conflicto que nos toca absolutamente a todos. En este momento, mí corazón siente un profundo vacío al ver como mi país está dividido; sí, dividido en dos, los que defienden el sí al plebiscito (procedimiento jurídico por el que se somete a votación popular una ley o un asunto de especial importancia para el Estado) de acuerdos con las FARC, y los que defienden el no. Después del bombardeo entre unos y otros en redes sociales me he sentado a reflexionar llegando a una dura conclusión…

En muchos de mis post hablo sobre cómo la realidad en la que vivimos es un reflejo de lo que hay dentro de nosotros, inconsciente o consciente, todo lo que pensamos, sentimos, tenemos en nuestro interior, etc. está creando a cada instante lo que nos rodea; en resumen, nuestro mundo es una proyección y cada uno de nosotros somos un proyector.

Desde muy pequeños nos hacemos fieles a una falsa creencia, según esta, nuestro estado interno es una respuesta a lo que sucede en el entorno. Es decir, si lo que pasa fuera está acorde con lo que desde mi concepto es correcto me sentiré bien y seré positivo; mientras que si pasa lo contrario, mi estado de ánimo será negativo. Lo anterior es una confusión que nos lleva a permanecer en conflicto no solo con nosotros mismos sino con los demás, pues nos hace creer que si lo de afuera cambia y se adapta a nosotros estaremos bien, o por el contrario si no se amolda a nuestras expectativas, nos resistiremos y lucharemos para modificarlo.

En realidad a nadie se le ocurre decirnos que todo lo que sucede fuera depende de lo que somos por dentro. Nadie me explicó que lo que vivo en mi día a día simplemente es un espejo que me muestra lo que tengo que corregir en mí, para así transformar la realidad.

Estos días han transcurrido con mucha reflexión, reflexión que me ha reiterado que nada va a cambiar si no cambiamos cada uno de nosotros primero, y que no habrá paz hasta que no haya paz en nuestros corazones.

¿Quiero que haya paz?

Mi respuesta fue un sí rotundo. Deseo un mundo en paz, un mundo en el que ninguno de nosotros nos ataquemos o nos hagamos daño de ningún tipo, un mundo en el que todos podamos convivir en armonía y donde las diferencias no sean semillas de violencia sino de diálogo, un mundo lleno de amor, respeto, comprensión, armonía, alegría, etc. Esto generó la siguiente pregunta:

¿Estoy construyendo paz?

Lastimosamente mi respuesta a esta pregunta no fue un sí rotundo, más bien fue un lo estoy intentando. Tengo que ser sincera conmigo misma, no tiene sentido mentirme o intentar engañarme; aunque cada día soy un mejor ser humano aún me falta mucho por aprender.

El camino que comencé a recorrer hace años me ha dado muchas lecciones de vida y aprendizajes, estos me han ayudado a entender que soy yo la única responsable de todo lo que me sucede en mi realidad, por esta razón ya no culpo a los otros por las cosas que experimento. También, soy consciente de que aún juzgo a los demás, de que todavía soy crítica con quienes me rodean y de que en vez de concentrarme en mis errores, en muchas ocasiones me concentro en los errores de quienes me rodean. Gran equivocación que me lleva nuevamente a caer en la absurda trampa del ego, trampa infame que nos empuja a todos a perpetuar lo que proyectamos, pues nos aleja de hacernos conscientes de que somos nosotros quienes lo estamos generando.

Llevo meses viendo a mis compatriotas atacarse unos a otros con comentarios, publicaciones, discusiones… simplemente por pensar de manera diferente. En muchas oportunidades vivimos en guerra con nuestros vecinos, compañeros de trabajo y sin ir más lejos hasta con nuestra familia ¿Es esa la mejor forma de construir la paz? En lo personal creo que no.

Si nuestra realidad es una proyección de lo que hay en nuestro interior, basta simplemente con analizar la actitud de todos nosotros para concluir que lo que está sucediendo en nuestro país, o mejor dicho en nuestro mundo, es lo que todos los seres humanos estamos proyectando.

Pero entonces ¿cómo puedo ayudar a forjar la paz no solo en mi país, sino en todos los países?

Al llegar a esta pregunta mis ojos se llenaron de lágrimas. Darme cuenta de que no solo yo estaba equivocada en la forma como estaba enfocando las cosas, sino que todos lo estamos, me llevó a percatarme de que necesitamos un cambio real. Pero atención, no puedo transformar al mundo cambiando a los demás, puedo transformarlo cambiando yo, observándome yo y corrigiendo mis equivocaciones.

¿Quiero un mundo lleno de amor, armonía y paz?

¡¡¡Si, lo quiero!!! Entonces de hoy en adelante me comprometo a manifestar amor por todo y por todos, desde hoy daré siempre lo mejor de mí. Me comprometo a no querer cambiar a nadie, a no juzgar a los demás por pensar de manera diferente. Me comprometo a ser generosa y a irradiar alegría y positivismo. Y si caigo en el error, me comprometo a reconocerlo y a corregirlo para volver al camino. Toda mi energía de ahora en adelante se concentrará en mi transformación, y mi aporte al mundo será mi nueva proyección que al juntarse con la tuya se hará más y más grande.

Invito a todas las personas que tengan la oportunidad de leer mis palabras a que al igual que yo se comprometan con su propio cambio. Dejemos a un lado el esfuerzo vano y egoísta de creer que quienes deben cambiar son los 7 millones de personas que nos rodean, y concentrémonos en trabajar en nosotros para dejar de proyectar la dura realidad en la que vive nuestro mundo.

 

Imagina que el planeta tierra es un cuerpo y todos nosotros sus células ¿qué sentido tendría hacernos daño unas a otras? Ninguno, terminaríamos por generar una especie de cáncer terrestre que destruiría el lugar que habitamos, y por ende a destruirnos a nosotros mismos

 

Escrito por Catalina Lobo para VALORARTEblog.com

Fotos: fotolia.com