Muchas veces nos aferramos a ideas, conceptos y comportamientos que creemos nos llevan a la felicidad pero que si analizamos en profundidad, realmente nos llevan a resistirnos a nuestra realidad alejándonos de la aceptación y empujándonos a la infelicidad. En el artículo de la última semana de Junio, ¿Quién dirige mi diálogo interior?, expliqué que cualquier pensamiento que nos genere sensaciones, sentimientos, emociones, impulsos, etc. que dejen paz en nuestro interior han nacido en nuestra consciencia; mientras que cualquier pensamiento que genere lo contrario, ha nacido en nuestro ego.

           Está claro que para poder alcanzar la paz y la armonía debemos sustituir los conceptos que nos contaminan. Cada uno de nosotros tendrá los suyos, pero me gustaría que nos concentráramos en los siguientes:

              En los artículos anteriores trabajamos 4 saboteadores, hoy nos concentraremos en el último: Enfocarme en ser mejor que los demás en vez de en ser mejor que mi yo de ayer.

Saboteador # 5 Enfocarme en ser mejor que los demás en vez de en ser mejor que mi yo de ayer.

                     A muy temprana edad aparece nuestra necesidad de ser aceptados por los demás, debemos sobrevivir y por esta razón buscamos la atención y aceptación de nuestros padres, pues  son ellos quienes cubren nuestras necesidades básicas y fomentan nuestro desarrollo.

                          En el período del  colegio y posteriormente de la universidad, esta necesidad de aceptación evoluciona de forma negativa. En este hábitat para sobrevivir es indispensable obtener un número llamado calificación que establece nuestra valía según el entorno educativo. En aproximadamente 18 años no sólo hemos aprendido información valiosa que nos prepara para nuestra vida laboral; lamentablemente, también hemos aprendido a compararnos y competir con los demás. Comportamiento tóxico que nos genera frustración y que se convierte en un hábito haciéndose parte de nuestro sistema de supervivencia.

                       A estas alturas ya estamos embebidos en un ambiente bastante dañino en el que para sentirnos bien, intentamos cumplir los parámetros de felicidad que nos venden los medios a través de la publicidad, es decir: ser mejores, más atractivos, tener más pertenencias, ser más inteligentes, etc. dando como resultado, el deseo de ser superiores a quienes nos rodean y la no aceptación de nosotros mismos. En este punto enfocamos nuestra atención en todo lo que hay en el exterior llegando a pensar que nuestro valor como personas es relativo a los demás, y olvidando nuestro interior que es lo que realmente importa.

                       Este hábito mal sano genera mucha confusión y frustración en nuestra cabeza, en todo momento estamos concentrados en lo que alguien alcanzó y nosotros no hemos alcanzado, experimentando sentimientos de inferioridad; o por lo contrario, concentrados en lo que hemos logrado sobre los demás, experimentando una sensación de superioridad.

                      La superioridad o inferioridad son un mismo complejo, es decir, son dos caras de la misma moneda. Si siento uno sentiré el otro, todo dependerá de con quién me encuentre. Este complejo se manifiesta cuando al relacionarnos, nos identificamos con los parámetros y condicionamientos sociales. Entonces, si estoy en presencia de alguien que tiene menos que yo o que quizás es más bajo o más gordo, experimentaré la sensación de que soy mejor y por el contrario cuando esté en presencia de alguien que tiene más que yo o que es más delgado o más alto, sentiré que soy menos.

                            Todo lo anterior puede suprimirse cuando nos hacemos conscientes de que el valor del ser humano está en el ser como tal y no en la materia. Tú y yo somos iguales, puedes haber crecido en un palacio y yo en una pequeña casa, pero al final de cuentas tú y yo somos lo mismo, dos seres humanos que tenemos la capacidad de sentir, que tenemos un ego, que tenemos un cuerpo, que podemos aprender, etc. en resumen, los dos estamos viviendo una experiencia material.

                            La única manera de ser mejores es transformando nuestro mundo interno, en vez de compararnos con quienes nos rodean comparémonos con nuestro yo del día anterior. Analicemos qué podemos hacer mejor que ayer y hagámoslo, utilicemos toda nuestra fuerza y empeño en nuestro mejoramiento continuo, pongámonos metas y desarrollemos planes de acción que nos lleven a decantar nuestra luz interior para entregarla a todo lo que nos rodea.

                                      Cuando alguien haga algo muy bien, admirémoslo en vez de envidiarlo y con humildad pidámosle que comparta su sabiduría con nosotros y nos enseñe. Aprendamos lo que no sabemos y enseñemos lo que sí sabemos a los demás de manera altruista. Somos seres espirituales en una experiencia física que nos aporta aprendizaje; cada uno de nosotros cuenta con diferentes talentos y con algunas limitaciones. Estamos diseñados de esta manera con el fin de aprender a compartir y a complementarnos unos con otros para poder evolucionar en equipo y sanamente, en vez de para ser mejores unos que otros.

Si logramos concentrarnos en qué tenemos para aportar en vez de en cómo ser mejores que los demás, podremos crear un mundo mejor, un mundo lleno de plenitud, alegría, amor y abundancia.

Escrito por Catalina Lobo para VALORARTEblog.com

«Ser hermoso significa ser tú mismo. No necesitas ser aceptado por otros. Necesitas aceptarte a ti mismo.» Thich Naht Hanh

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